Las palabras que nacían sin quererlo ella misma, como flores silvestres que no hay que regar, eran las que más le gustaban, las que le daban más felicidad, porque sólo las entendía ella. Las repetía muchas veces, entre dientes, para ver cómo sonaban, y las llamaba "farfanías". Casi siempre le hacían reír. -Pero ¿de qué te ríes? ¿Por qué mueves los labios? -le preguntaba su madre, mirándola con inquietud. -Por nada. Hablo bajito. -¿Pero con quién? -Conmigo; es un juego. Invento farfanías y las digo y me río, porque suenan muy gracioso. -¿Que inventas qué? -Farfanías. -¿Y eso qué quiere decir? -Nada. Casi nunca quieren decir nada. Pero algunas veces sí.
Caperucita en Manhattan. Carmen Martín Gaite
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4 comentarios:
Hola Laia, qué sorpresa encontrarte aquí. Baci!
Y yo como sigas falando voy a hacer contigo lo que hacen las
motosierras con los cerezos..
BB.
Te quieren cortar las piennas?
jajaja.
Saludos.
P.D. No te dejes, que no podremos bailar.
:( Eso parece. Tendría que haber censurado ese comentario, demasiado cruel.
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