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Después de los ojos le hizo la nariz. Pero su nariz, que acababa de ser tallada, comenzó a crecer... Y crecía y crecía, hasta convertirse en pocos minutos en una narizota sin final.

Me encantaría que todos fuesemos Pinocho. Así, los mentirosos serían descubiertos y su propia nariz, como si de una especie de dardo se tratase, se convertiría en su cruel objeto de tortura.
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